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Caños, costos y poder industrial: el GNL argentino enfrenta su primera gran prueba

Nicolás Muñoz

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diciembre 9, 2025
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La competencia china presiona precios mientras las fábricas locales y las pymes buscan no quedar fuera del nuevo mapa exportador.

El proyecto para exportar GNL desde la costa de Río Negro avanza y, con él, aparece una discusión inevitable que excede la ingeniería y se mete de lleno en la economía real: quién provee los caños se está transformando en una de las decisiones más sensibles del nuevo ciclo gasífero argentino.

En el centro del debate está la licitación del tramo terrestre del gasoducto que conectará el gas de Vaca Muerta con el litoral atlántico rionegrino. No se trata de una compra más. Es una definición que puede mover el costo total del proyecto y, a la vez, ordenar el futuro de distintos eslabones de la industria nacional del acero.

Los datos y las miradas del sector industrial que estructuran esta discusión fueron recogidos y publicados por el diario Perfil, que puso la lupa sobre el impacto que tendría una nueva adjudicación a proveedores extranjeros en empresas argentinas que dependen de obras de escala para sostener actividad.

En esa lectura, la atención del mercado se concentra en el Grupo Techint y en su capacidad de competir en un proceso que hoy se percibe mucho más abierto y exigente que en ciclos anteriores. La advertencia que circula en el entorno industrial es clara: si la provisión de caños vuelve a resolverse en favor de un fabricante chino, podría quedar seriamente comprometida la continuidad operativa de plantas que trabajan por proyectos, como SIAT, con efecto directo sobre empleo y sobre proveedores que se activan alrededor de cada obra de gran envergadura.

La sensibilidad no surge de una hipótesis abstracta. En Río Negro ya se produjo un antecedente concreto que reforzó la percepción de que China tiene fuerza real para ganar volumen en la infraestructura crítica del GNL. Para el sistema inicial que unirá la costa del Golfo San Matías con las unidades flotantes de licuefacción, se avanzó con una provisión de origen chino para los tramos offshore y el tramo corto onshore que completan el primer esquema de conexión. Esa decisión no sólo resolvió una etapa temprana del proyecto: marcó un rumbo posible de costos para lo que viene.

Ahí aparece la primera tensión. Desde el lado del negocio del GNL, la necesidad de ajustar precios no es un capricho. En el mercado internacional, la competitividad se define por centavos en los lugares correctos. En una obra de cientos de kilómetros, una diferencia relativa en el precio del tubo puede traducirse en un impacto de magnitud sobre el presupuesto total. Y en proyectos de rentabilidad ajustada, ese margen puede ser la frontera entre avanzar o quedar a mitad de camino.

Pero desde la vereda industrial, el análisis incorpora una segunda capa que también tiene lógica económica: el precio de compra no siempre refleja el costo final del proyecto. Fabricar y entregar caños es apenas una parte del sistema. La cadena de valor local incluye revestimientos, ingeniería aplicada, metalmecánica, logística interna, asistencia técnica y capacidad de reposición rápida. Esa “economía de cercanía” suele aportar un valor que no siempre aparece en una planilla comparativa cuando se mide sólo el precio unitario de la tubería.

En los vinculados a servicios industriales aparece un argumento operativo que gana peso en infraestructura sensible: la capacidad local de responder rápido ante contingencias reduce riesgos de demoras, fallas o costos extra. En especial cuando se trabaja con ductos expuestos a condiciones marítimas, la disponibilidad de servicios integrados y reemplazo inmediato es parte de la eficiencia del proyecto, no un accesorio.

A la vez, también existe ruido interno hacia la estrategia de Techint. En distintos círculos del sector energético e industrial se advierte que la compulsa actual no se define únicamente frente a China, y que participan múltiples oferentes internacionales con capacidad de presentar propuestas agresivas. En esa lectura, la discusión no sólo es geopolítica o de apertura comercial: es un recordatorio de que la industria argentina debe encontrar caminos concretos para mejorar competitividad si quiere mantener un rol central en la ola de infraestructura que se viene.

Esa tensión se vuelve más visible porque el GNL aparece como una de las grandes apuestas del país para sumar divisas y reposicionar a Argentina en el mapa global del gas. Y allí se abre la pregunta estratégica: cómo asegurar costos internacionales sin desarmar capacidades industriales locales que tardan años en construirse y que son clave para sostener empleo, tecnología y un ecosistema de pymes preparado para acompañar obras complejas.

En Río Negro, esta discusión tiene una dimensión adicional. La provincia está pasando de ser observadora a ocupar el centro del nuevo mapa energético. La costa rionegrina se transforma en punto de salida del gas de Vaca Muerta y, por lo tanto, en escenario donde se mide cuánto valor queda en el país y cuánto se externaliza en la fase de construcción.

Más allá de la puja coyuntural, el caso de los caños funciona como la primera gran prueba del modelo que acompañará al GNL argentino. Si la competitividad se logra solamente por vía de importaciones, el riesgo es que el salto exportador deje menos desarrollo industrial del esperado. Pero si los costos se desordenan por falta de eficiencia, la amenaza es igual de seria: perder mercados antes de empezar.

El desafío real —y el que define la etapa que viene— es encontrar un equilibrio inteligente entre escala exportadora y cadena de valor. Porque en la Argentina del GNL, el precio del tubo ya no es sólo un dato técnico: es una decisión de política productiva con impacto directo en el empleo, las pymes y la arquitectura industrial que el país quiera sostener en los próximos años.

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