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Crónicas de la Energía

De un sueño frustrado a un legado duradero: la historia del Proyecto Huemul

August 31, 2025
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Lo que nació como un experimento fallido en la isla Huemul terminó siendo el punto de partida de un camino distinto: el que hizo de Bariloche y Río Negro un referente en ciencia, innovación y tecnología nuclear. Una historia patagónica que muestra cómo incluso de los fracasos pueden surgir legados duraderos.

Una isla verde en medio del Nahuel Huapi, a pasos de Bariloche, fue el escenario donde la Argentina se propuso algo que sonaba a ciencia ficción: reproducir en la Tierra la energía que sostiene al Sol. Corrían fines de los años cuarenta y el mundo recién empezaba a comprender la potencia de la fisión nuclear (partir átomos pesados como el uranio para liberar energía) mientras la fusión (unir núcleos livianos de hidrógeno) aparecía como la promesa mayor: más energía por unidad de combustible, menos residuos, un horizonte casi inagotable. El desafío era monumental: alcanzar temperaturas y presiones extremas y, sobre todo, confinar un plasma que tiende a escaparse de cualquier pared.

En ese clima de expectativas, el físico austríaco Ronald Richter llegó a la Argentina en 1947, convencido de que podía forzar reacciones termonucleares mediante descargas eléctricas de muy alta potencia en gas de deuterio. La idea, audaz, mezclaba intuiciones reales de física de plasmas con una instrumentación todavía débil para medir lo que prometía medir. Convenció a Juan Domingo Perón de que el país podía adelantarse al resto del mundo y lograr el Santo Grial de la energía.

Algunos llegaron a mencionar a Ronald Richter como el «Loco» que engañó al Presidente Juan Domingo Perón.

La elección del lugar fue tan simbólica como práctica: la isla Huemul, a poca distancia de la costa frente a San Carlos de Bariloche, dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi. El agua alrededor ofrecía aislamiento y seguridad; la cercanía a una ciudad en crecimiento aportaba logística. En la isla se levantaron laboratorios, recintos de hormigón para blindaje, talleres, salas de potencia eléctrica y viviendas para el personal. Para la escala científica de la Argentina de comienzos de los años cincuenta, fue una inversión pública tan ambiciosa como inédita. La señal política era clara: el Estado estaba dispuesto a apostar fuerte por conocimiento estratégico.

Imagen de la Isla Huemul en el Parque Nacional Nahuel Huapi – Bariloche (Foto La Mañana de Cipolletti)

El 24 de marzo de 1951 llegó el anuncio que sacudió al país y repercutió afuera: Perón, en cadena nacional, afirmó que la Argentina había logrado reacciones termonucleares controladas en la isla Huemul. De un día para otro, un país del sur parecía ponerse delante de Estados Unidos y la Unión Soviética en la carrera tecnológica más sensible del momento. Se hablaba de energía abundante para industrializar, de independencia, de un nuevo mapa de desarrollo. La Patagonia, convertida en laboratorio del futuro, se asomaba, al menos en el relato, a una era distinta.

Luego vino la prueba de fuego que ordena a la ciencia: la verificación independiente. Lo que cuenta no es el anuncio, sino lo que puede medirse y repetirse con protocolos claros. Y ahí aparecieron los huecos. Faltaban diagnósticos robustos para detectar neutrones inequívocamente asociados a fusión; no había mediciones confiables de temperaturas que justificaran el fenómeno; las señales reportadas no se reproducían bajo control de terceros; la documentación técnica era incompleta y los procedimientos, poco transparentes. En 1952, una comisión con físicos de primer nivel, como José Antonio Balseiro, Mario Báncora y Teófilo Isnardi entre otros, auditó las instalaciones y los experimentos. Su conclusión fue terminante: no había evidencia de fusión nuclear controlada. El proyecto se clausuró y el prestigio de Richter se desmoronó.

Hasta aquí, la crónica de una promesa que no se cumplió. Pero Huemul no es solo la historia de lo que no fue: es también el punto de partida de lo que sí llegó a ser. La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), creada en 1950, se fortaleció con una hoja de ruta más sobria: método científico, ingeniería, control del Estado y validación entre pares antes que discursos. En 1955 nació en Bariloche el Instituto de Física de Bariloche, luego Instituto Balseiro, semillero de físicos e ingenieros nucleares, mecánicos y electrónicos que sostuvieron, durante décadas, la trama de capacidades del país. De ese entramado CNEA-Balseiro surgió el Centro Atómico Bariloche y, tiempo después, INVAP (1976), la empresa rionegrina que colocó a la Patagonia en el mapa global de la tecnología aplicada: reactores de investigación exportados, radares, satélites, misiones complejas que combinan ciencia, industria y soberanía tecnológica. En paralelo, la Argentina diseñó y operó sus propios reactores de investigación y consolidó un parque de generación nuclear comercial (Atucha I, Embalse, Atucha II) con fabricación local de componentes críticos y un capital humano que la distingue.

Restos de lo que alguna vez fue la casa de Ronald Richter en la Isla. (Foto El Cordillerano)

Huemul dejó, además, un conjunto de lecciones que siguen vigentes. La primera: la política puede y debe fijar la dirección, pero la ciencia manda con datos, reproducibilidad y revisión independiente. La segunda: los proyectos estratégicos necesitan hitos intermedios medibles (diagnósticos de plasma, contajes de neutrones, balances energéticos) antes de prometer el resultado final. La tercera: incluso cuando un objetivo máximo no se alcanza, la inversión en equipamiento, formación y organización crea capacidades que perduran y multiplican valor. La cuarta: transparencia y gobernanza (documentación, auditorías, publicaciones) no son un lujo administrativo, sino el andamiaje que evita confundir entusiasmo con logro.

¿Y la isla? Tras el cierre de 1952, las instalaciones quedaron primero desmanteladas y luego vencidas por la vegetación. Terminó el uso exclusivo que había tenido durante el proyecto y la isla volvió a integrarse al régimen del Parque Nacional Nahuel Huapi, con las reglas propias de conservación, memoria y acceso ordenado. No hay población permanente; se llega únicamente por agua, y subsisten ruinas de laboratorios y estructuras de hormigón que el bosque va cubriendo año a año. Es un sitio silencioso que guarda, en sus restos, el relato de un intento desmesurado y el comienzo realista de otra cosa: la decisión de construir, con método y paciencia, un ecosistema científico-tecnológico que hoy es orgullo de Río Negro y de la Argentina.

Imágenes del edificio del Reactor Nuclear. (Foto: Diario Río Negro)
(Foto: Diario Río Negro)
Actualmente la vegetación volvió a adueñarse de todo el lugar, irrumpiendo entre los restos del edificio. (Foto Diario Río Negro)

Mirar Huemul desde la Patagonia no es quedarse en el mito ni en la anécdota. Es entender que la primera gran experiencia nuclear del país, con su exceso de promesa y su déficit de evidencia, terminó encendiendo otro tipo de energía: la que se fabrica en aulas, talleres, laboratorios y plantas; la que genera trabajo calificado, exportaciones tecnológicas y reputación. No encendimos un sol sobre el Nahuel Huapi, pero aprendimos a encender motores más lentos y duraderos: instituciones, carreras, empresas, un modo de hacer que convirtió a Bariloche en un faro del conocimiento aplicado. Esa es, al final, la mejor luz que Huemul dejó encendida.


Línea de tiempo

  • 1947–1949: Llega Ronald Richter a la Argentina y toma forma el proyecto en la isla Huemul (Nahuel Huapi, frente a Bariloche).
  • 1950: Se crea la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), marco institucional de la política nuclear.
  • 24 de marzo de 1951: Perón anuncia por cadena nacional reacciones termonucleares controladas en Huemul.
  • 1952: Comisión científica (Balseiro, Báncora, Isnardi) audita, concluye que no hubo fusión; el proyecto se clausura.
  • 1955: Nace en Bariloche el Instituto de Física de Bariloche, luego Instituto Balseiro.
  • 1976: Se crea INVAP; el polo Bariloche consolida su perfil de tecnología aplicada.
  • Hoy: Isla Huemul sin población permanente, con ruinas visibles; uso público regulado dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi.

¿Tenés una crónica para contar? Si conocés historias, testimonios, fotos o documentos sobre la construcción de la ciencia y la energía (minería, hidrocarburos, hidroeléctricas, etc) en Río Negro o la Patagonia, escribinos a [email protected].

En Energía 360 queremos que esta memoria patagónica siga creciendo con el aporte de quienes la vivieron y la sienten propia, formá parte de esta comunidad y ayudanos a contar la historia.

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