Por Energía 360°
El escenario energético regional atraviesa un punto de inflexión en el que las transformaciones asociadas al desarrollo del shale ya dejaron de ser una promesa para convertirse en dinámica concreta de inversión, eficiencia y escala productiva. Mientras operadores líderes consolidan mejoras continuas en costos, productividad y autonomía operativa en Vaca Muerta, la provincia de Río Negro enfrenta un desafío estructural que condiciona su capacidad de capturar los efectos derrame de esta nueva etapa: la maduración de un entramado de proveedores capaz de acoplarse a estándares más exigentes, procesos más complejos y cadenas de valor profundamente integradas.
La curva de aprendizaje que atraviesa la industria, marcada por avances históricos en perforación, fracturación y procesamiento, exige proveedores con mayor musculatura técnica, financiera y asociativa. Las compañías que hoy lideran la revolución shale lograron mejorar de manera sostenida sus indicadores clave: ampliaron la participación del no convencional en su matriz productiva, estabilizaron costos de lifting en niveles altamente competitivos gracias a economías de escala, incrementaron de forma consistente la cantidad de pozos perforados y conectados, establecieron nuevos récords en velocidad de perforación y etapas de fractura, y alcanzaron niveles de utilización de refinerías que permitieron sustituir importaciones y expandir exportaciones de refinados. Estos hitos no solo reflejan un salto operativo, sino un cambio cultural orientado a la eficiencia, la automatización y la predictibilidad. Esa cultura también redefine qué se espera de un proveedor.
En ese contexto, las grandes empresas observan con claridad una dificultad recurrente en el ecosistema rionegrino: la falta de articulación entre proveedores de distintos rubros y la escasa tendencia a generar asociaciones estratégicas que permitan apalancar complementariedades, diversificar capacidades y escalar servicios. La fragmentación, la informalidad en la organización sectorial y los esfuerzos aislados por conformar cadenas de valor más robustas no logran traducirse en procesos sostenidos ni en modelos replicables. El contraste con otras provincias es evidente. Neuquén desarrolló un esquema de clústeres y cámaras sectoriales que, con avances y retrocesos, logró consolidarse; Mendoza supo capitalizar su tradición de servicios industriales para reconvertirse hacia la demanda del shale; San Juan y Santa Cruz construyeron, a partir de la minería, una institucionalidad público-privada aplicable al oil & gas. Río Negro cuenta con las condiciones, pero aún no con la estructura.
El ingreso de nuevos operadores internacionales, sumado a la mayor actividad en áreas rionegrinas vinculadas a Vaca Muerta, plantea una oportunidad que difícilmente vuelva a repetirse con esta escala y velocidad. La provincia ya está dentro del mapa estratégico de inversiones y movimientos recientes en Phoenix, ExxonMobil, APA y otras independientes norteamericanas reafirman que la ventana de desarrollo está abierta. Con recursos, infraestructura cercana y capacidad para integrarse a la logística regional, el potencial de crecimiento existe, pero su concreción depende de activar un proceso de fortalecimiento proveedor que sea estable, coordinado y profesionalizado.
Río Negro tiene ante sí un momento bisagra. La transición de esfuerzos espasmódicos a estrategias de desarrollo proveedor de largo plazo requiere institucionalizar mecanismos de articulación, generar información de calidad, fomentar la cooperación empresarial y promover estándares competitivos que permitan acompañar la aceleración de la industria. Las provincias más avanzadas ofrecen aprendizajes claros: donde hubo visión compartida, reglas previsibles y sentido de escala, el entramado productivo se consolidó. La ventana actual invita a dar ese salto. El desafío ya no es identificar la oportunidad, sino construir la capacidad local para aprovecharla.





