En la estepa, hombres y mujeres forjan una obra que avanza cada día. Esta crónica es un pequeño homenaje a quienes, lejos de casa, convierten el esfuerzo en futuro.

En el vasto paisaje patagónico, donde el horizonte se funde con la tierra y el viento cuenta historias de esfuerzo, una escena se repite en cada tramo de la obra del Consorcio VMOS S.A. (Vaca Muerta Oil Sur): la bandera argentina flamea orgullosa. Ya sea sobre un camión, en lo alto de una máquina o junto a los campamentos donde los trabajadores y trabajadoras descansan, esa bandera acompaña cada avance como un símbolo vivo de la patriada que se está llevando adelante.
Desde el PK0 en Allen, hasta hoy, cuando ya se han superado los 400 kilómetros de soldadura y la columna avanzaba (el lunes de nuestra visita al tren de soldadura) por el km 380 de 437, hay algo que no figura en los planos, pero sostiene la obra: la vida compartida de quienes la construyen.
Cuatro kilómetros por día se suman al tendido, una cadencia que parece simple cuando se escribe, pero que nace del pulso sincronizado de más de 120 operarios que se relevan, se cuidan y se empujan unos a otros para que nada falle. Cada junta, ajustada y brillante, toma apenas cuatro minutos de soldadura: es solo el primero de siete pasos; detrás de ese destello hay horas de preparación, chequeos y miradas atentas. Después vendrá enterrar los caños a unos 2,5 metros y, en la costa, darles continuidad siete kilómetros mar adentro. Porque la obra no termina con la última chispa: ahí empieza otro tramo de paciencia y precisión.
“Al principio éramos extraños”, nos dijo un trabajador en la traza. “Cada uno venía con su acento, sus mañas, su historia. Con el tiempo nos terminamos entendiendo y hoy somos familia”. En jornadas de 21×7 o 28×7, cuando el calendario gira distinto y la noche cae sin luces de ciudad, esa palabra, familia, deja de ser un ideal y se vuelve refugio. Es el mate compartido al amanecer, una broma para espantar el cansancio, una mano firme cuando el viento te empuja. Es también el silencio que se hace al terminar el día, cuando cada uno piensa en los suyos: en los hijos que crecen, en los abrazos que esperan, en el cumpleaños que se pierde pero que tendrá revancha.

Nicolás, de Villa Regina, lo dice con una mezcla de orgullo y añoranza: “Lo hacemos por nuestras familias. Es duro estar lejos, pero sabemos que estamos construyendo algo que queda”. Otro compañero, de Catriel, agrega: “El sacrificio duele, sobre todo por los chicos… pero es por el bien de ellos”. Y ahí, en esa confesión que aprieta el pecho, la bandera argentina que flamea en la tolva o vibra en la antena de un camión parece hablar: recuerda que esto no es solo técnica, es pertenencia. Es un momento bisagra que los encuentra a ellos en el frente menos visto: la soledad entre jarillas, el sol que quema, el viento que corta, el frío que entumece. El frente donde, a falta de público, se aplauden entre compañeros.
Para noviembre, los equipos proyectan terminar la etapa de soldadura. Después vendrá lo más terroso: bajar la cañería a su lecho definitivo, cubrirla, protegerla, seguir sumando kilómetros hasta la costa rionegrina y meterse en el mar con la misma determinación con la que cruzaron la estepa. No es una línea recta dibujada sobre un mapa; es un camino hecho de ritmos humanos: cuadrillas que llegan, cuadrillas que se van; llamados en los ratos libres, fotos que atraviesan el país, promesas que se renuevan cada vez que la combi arranca hacia el campamento.

En el terreno, Energía360° vio cómo la obra avanza con método y con mística. La mística es esa celeste y blanca que aparece en cada frente, en cada izaje, en cada cambio de turno. El método es la disciplina del tren de soldadura, la coordinación para que la cadena no se corte, la atención para que la junta brille sin fisuras. Y entre una cosa y la otra, late la épica silenciosa de quienes escriben el futuro con ropa de trabajo.

A medida que noviembre se acerca y la obra cambia de fase, la bandera argentina ondeando sobre las máquinas se ha convertido en un símbolo de esperanza y unidad. En cada campamento, en cada tramo recorrido, esa bandera es un faro en medio de la estepa: une a todos en un mismo sentimiento de pertenencia y les recuerda —a ellos y a nosotros— por qué vale la pena.
Energía 360° dedica estas líneas a esos héroes anónimos que, bajo la celeste y blanca, en medio del campo, están escribiendo un capítulo inolvidable de la historia energética argentina. Que quien lea estas palabras sienta no solo el rigor del trabajo, sino también el latido humano de los que, día a día, sueldan el mañana: a cuatro kilómetros por vez, con 120 voluntades en sincronía, con la fuerza para enterrar el acero y alzar la esperanza, con el corazón puesto en Allen (PK0), la costa rionegrina y en cada casa que los espera. Porque en la inmensidad patagónica, la bandera flamea y el país avanza.
Gracias a todas y todos los trabajadores (desde los distintos lugares que ocupan) que están llevando adelante esta esperanza colectiva de los argentinos.





